Guardaba todas las memorias en una caja bajo su cama antes de irse a dormir, tomó coraje y abrió aquel cajón que hacía meses ya no abría. Encontró el álbum, y un par de nimiedades más.
Mientras las lágrimas caían sobre su foto como si su intención real fuera acuchillar su rostro, el celular sonó.
Efectivamente su voz retumbó una vez más al otro lado. Automáticamente ya como si se tratara de un acto reflejo, las gotas congelaron su caida que fue reemplazada por la mísma calma efímera de siempre.
La conversación continuó con naturalidad como cada vez que hablaban, simbióticamente, necesitando oirse y saberse dia a día para poder pasar de largo las estaciones y hacer caso omiso de la vida que se les venía encima como una asesina a sueldo. Ya no estaba atormentada por la reciente conclusión que tanto habia evitado: la necesidad de él, ni nostálgica por la pérdida, ni impávida ante el hecho de que sus próximas horas, todas ellas, quiero decir el resto de su vida era una total incertidumbre, un panorama completamente difuso.
El mismo dejo de esperanza quedó plasmado en su respiración tras reconocer su aliento a través del teléfono y el mismo se fue al cortar la comunicación alegremente. Todo volvía a su estado natural, olividó el día que estaba llegando a término porque ese era su mayor efecto, un amnésico y esa era la causa de su adicción mutua.
El frío de la habitación la congeló, el invierno regresó con todo su ímpetu.
Cerró los ojos, y continúo con el ciclo.
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