Pusiste tu mano sobre mis ojos y me los cubriste. Me regelaste una rosa del color de la sangre o tal vez más oscura y cubriste de pétalos la cama. De pronto me quedé muda y no supe qué decir exactamente porque ese era el momento, ese en el que todo es demasiado perfecto como para opacarlo con palabras. Te amo, susurré. Y me olvidé de que había un mundo alrededor nuestro, porque todo lo demás era insignificante en comparación.
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