miércoles, 30 de noviembre de 2011

Mirar tu reflejo en el vidrio de la ventana abierta de par en par, escuchar el débil chocar de los postigos de las  vecinas a lo lejos, y sentir al viento helar tu piel. Inhalar el oxígeno que paulatinamente se torna dulce y entonces observar tu rostro y descubrir que es el mismo que hace tanto o quizás tan poco tiempo te contemplaba desde tu espejo sigue siendo el mismo, indagás por alguna muestra de metamorfosis pero no existen rastros, tu imagen había cambiado solo en tu mente y quizás de esa misma forma se transformó tu percepción del universo, aquel al que nunca perteneciste. 
Tu lengua se reseca y exclama por agua, tus ojos se entornan y tus retinas arden por el cielo, de golpe enrojecido. 
Nada como esta tormenta, nada como esta paz. Tus labios dibujan una enorme sonrisa a la que todavía ignorás., las copas de los árboles bailan y yo sigo con la mente perdida en otro tiempo, en otro cuento, en otra estrofa de la canción.
Voy viajando por las películas de mi vida y veinte minutos se vuelven horas. Comenzás a dudar de todo, de todos. De aquella realidad pasada que se bañó en tu sangre. SANGRE, esa que corre por tus venas transportando a tu carga genética, esa que derramaste para purificarte, para limpiar tus culpas infundadas, esa que tanto peso se llevó, esa que te alivianó y ahora cicatriza a aquella herida por la que escapaba y se transforma en el miedo, el rechazó y la necesidad imperante de arrancarte la piel y dejar que toda el líquido en común con tus progenitores se diluya. Siempre derramando sangre, pero nunca de la misma forma, porque desde tu nacimiento te caracterizó la creatividad. La desesperación por no ser como ellos, por huir, y dejar atrás tu celda para ser golpeada por la libertad te incinera la piel.
Rebelde no es quien  elige la mugre teniendo la opción del trono. Es aquel que habiendo estado en la mugre se levanta, se calza un traje y se enfrenta a la vida y gana. 
Es quién en vez de ruido y violencia elige el exilio en busca de la tranquilidad. Es aquel que deja atrás el pasado para subirse a un caballo y corre a toda velocidad a gritos de liberación. El que en vez de bocinas escucha cada sonido del universo por separado y se da cuenta de que el mundo nos habla a través de una melodía que ensambla y conecta cada susurro del ambiente, en el bullicio de la multitud.
Solo hay que detenerse un segundo y mirar más allá, escuchar más allá. Tus ojos se cierran pero el mareo no se detiene, seguís escribiendo hasta que te duelen las muñecas y ya pasaron 35 minutos o en la realidad dual quizás cuatro horas. tratas de respirar buscando algún olor que te inculpe pero solo percibís la humedad del aire y la lluvia en camino.



miércoles, 23 de noviembre de 2011

Todos los esqueletos de huesos blancuzcos perlados, frágiles y desposeídos pulsan mis retinas abriéndose paso al exterior. Mi cuerpo débil lucha por retenerlos pero sin saberlo goza el punzamiento y desea ser liberado del peso que no le pertenece.
Un par de piernas estáticas se clavan al suelo y otro par de manos se cierra con fuerza atrapando solo un poco de polvo y viento. Dientes que se clavan en labios y pulmones que inhalan tabaco y alquitrán. A eso se reduce mi existir.
No me quedan granos de arena para agregarle al reloj que se desintegra lentamente, el tiempo de detenerse no es hoy aunque así lo disponga, la soledad arremete tras unas puertas llenas de bullicio y de gente en movimiento. 
Sobre el borde de la ventana el aire baila en mi pelo y despliego los brazos deseando no volver jamás, con la convicción de que una vez que me lance al vacío, lo único que detendrá mi caída va a ser la falta de peso de mi propio cuerpo, el propio vacío tras mi piel. No hay colchón no hay otro cuerpo abajo que amortigüe mi fatalidad. Cuando lluevan pétalos secos, cuando se deshoje el otoño, no habrá persona alguna que recuerde en esta ciudad que no duerme para aplastar memorias.