Y de repente esos viejos vacíos que habías estado tapando sutilmente con tabaco y narcóticos colisionan en una sola noche y explotan como fuegos artifciales, la copa de champagne se derrama, brindamos por todos y por mi mientras tus plegarias se ahogan en el charco nacarado de la vereda en el que nadan los grillos, esperando una muerte lenta y nocturna como las melodias que canta tu cabeza y que ya no escuchamos más.
La piel se torna pálida y tus ojos refulgen bajo la luz del único farol encendido en la calle, dejás tu estela de brillo a donde sea que vayas, caminando helada entre el olvido y la desaparición.
El alcohol ya no hace efecto porque ya no queda sangre, ni conciencia para sofocar. No sabés ni donde estás, no sabés quién eras y buscas a quién sos; el tiempo corre tranquilo sin esperarte, pendiendo de un hilo en una ciudad ciega que estalla musica y luces iridicentes que ocultan su candor detrás de las puertas y cristales de aquellas personas a las que jamás vas a conocer. Ya a lo lejos, con la vista perdida, escucho un susurro débil: "Hola".