Tres días tarda una Gardenia en marchitar, no importa cuánta agua tenga, si esta limpia o turbia. Cinco horas tarda un fuego en extinguirse y veinticuatro horas tu cuerpo en apagarse.
Un mes tardó lo que albergabas en tu alma en hacerse humo y volar. El tabaco quema en mis labios y el café arde en mi traquea como tu piel en mi cuerpo de hielo, haciéndose cenizas.
Una noche tardó tu mano en escapar de la mía y la cama en convertirse en ataúd.
No hay sangre ni evidencia alguna, la mía es una muerte pura e invisible, nadie llorará la pena, ni una lágrima caerá sobre mi lecho. Vuelvo a la tierra, al centro del universo que me dio a luz, como la Gardenia se opaca y desaparece regando el aire con su perfume, queda su semilla para que el tiempo no la olvide, para ser enterna, pero su extinción al momento, es imperceptible.
El cerebro comienza a llenarse de vapor, el corazón detiene el bombeo, la sangre se seca. La carne empieza a desintegrarse, el hueso se hace polvo y regresa a la tierra para servirle de alimento. Para que algo crezca en ella.
Si así se siente morir y si cada muerte es tan agónica, con razón todos le tenían que temer. Si dejar de existir conlleva este dolor putrefacto, si significa una contracción muscular que acalambra e inmoviliza cada hebra de piel, para que no puedas impedirle al estómago anudarse y estallar, para que no puedas evitar que tus pulmones expulsen todo su aire y se cierren, para que no deténga al ácido circular por la tráquea, disolviéndola y secando la boca, dejando por último a la mente aturdida y consciente
desaparecer en soledad.
Si esto es morir entonces ahora estoy lívida de pánico.
Pero así me asesinó ella y marchité en doce horas, sin arma más que tres palabras. Y desaparezco yo, desaparece mi perfume, Se desvanece la evidencia y mi semilla.
Nadie lo sabe, nadie se percata, porque soy Jazmin pero no Gardenia.