martes, 29 de diciembre de 2009

Silencio

Cansada de resolver tus problemas, desde siempre; de justificar tus manías, tus ataques de ira, tus berrinches y tu verborragia. Y aunque siempre intente comprenderla, tu paranoia me agota y también tu papel de cordero en una obra en la que todos somos lobos feroces. Tu doble rol de asesino y víctima.
Hastiada de tu sobreprotección que desproteje y de tu papel de juez del pueblo. Vivís en paz porque confiás en que esa fuerza superior te va a salvar y que es lo único que va a determinar tu destino. Me alegro, pero yo ya estoy harta de que todo el mundo se crea con derecho a determinar el mío. Porque el día va a llegar, ese en que nadie sea dueño de mis actos. Ese día en que vuele y, sin haber antes aprendido a volar, indefensa, me estrelle contra el pavimento.
Tu persecución o tal vez esa tuerca floja en la caja de pandora, de alguna forma te hicieron creer que el mundo era un peligro para mí, y lo era, porque mi mundo - sin que vos te enteraras siquiera- se limitaba a estas cuatro paredes y eran ellas cuatro las que imperceptiblemente se desplazaban cada vez más hacia el centro, y el espacio era cada vez más estrecho, cuando de repente aparecían unos aguijones punteagudos, filosos; y eran entonces las cuatro paredes las que trazaban prufundos ríos escarlata y me hundían con cada movimiento de las agujas del minutero, en una ausencia más y más neblinosa, en una espiral sin sentido, casi psicótica. En una mirada vacía, en una lágrima seca.
Si la piel entonces fuera un pedazo de papel, la arrancaría, la haría un bollo y la incineraría de a poco, con una lupa al sol, como quemábamos la brea en el patio de la escuela cuando teníamos diez años. Esto por supuesto, si fuera papel... o brea.
Apuntaría la mira incandescente y dejaría que el sol, ese al que ya no me puedo ni acercar, hiciera su trabajo. Y entonces tomaría un nuevo pedacito y lo escribiría nuevamente pero esta vez, con una tinta de otro color, con recuerdos felices e inventados. Tomaría esa nueva hojita y me envolvería entera en ella.
Me arrepiento de haber perdonado todas tus falencias, y es que en realidad nunca tuve otra alternativa, porque cada vez que traté de gritártelo todo vos te encerraste en tu capullo de perfección y autocomplacencia. Nunca estuve segura de qué esperar de vos, de cuál sería tu reacción y por eso la brecha que yo misma creé fue cada vez más extensa. Nos volvimos dos extraños. el susurro se transformó en Silencio. Se bajó el telón de tu obra, de tu monólogo interminable.
Te Amo, dijiste, y asunto arreglado; y una lágrima rodó por mi cara, se estampó contra el suelo y se hizo añicos, como una minúscula esfera de cristal. Ahora eran miles de gotitas las que centelleaban sobre el piso de madera.
Y entonces, me quedé muda para siempre.

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