miércoles, 23 de noviembre de 2011

Todos los esqueletos de huesos blancuzcos perlados, frágiles y desposeídos pulsan mis retinas abriéndose paso al exterior. Mi cuerpo débil lucha por retenerlos pero sin saberlo goza el punzamiento y desea ser liberado del peso que no le pertenece.
Un par de piernas estáticas se clavan al suelo y otro par de manos se cierra con fuerza atrapando solo un poco de polvo y viento. Dientes que se clavan en labios y pulmones que inhalan tabaco y alquitrán. A eso se reduce mi existir.
No me quedan granos de arena para agregarle al reloj que se desintegra lentamente, el tiempo de detenerse no es hoy aunque así lo disponga, la soledad arremete tras unas puertas llenas de bullicio y de gente en movimiento. 
Sobre el borde de la ventana el aire baila en mi pelo y despliego los brazos deseando no volver jamás, con la convicción de que una vez que me lance al vacío, lo único que detendrá mi caída va a ser la falta de peso de mi propio cuerpo, el propio vacío tras mi piel. No hay colchón no hay otro cuerpo abajo que amortigüe mi fatalidad. Cuando lluevan pétalos secos, cuando se deshoje el otoño, no habrá persona alguna que recuerde en esta ciudad que no duerme para aplastar memorias.

3 comentarios:

El Poeta Maldito dijo...

Que despliegue de imágenes y sensaciones, me sentí muy identificado.

Espectacular, me encantó.

Saludos.

Carolina V. dijo...

A veces creemos que poseemos existencias vacias y tratamos de destruirla pero a veces el tiempo no amerita que así sea, por más que busquemos la salida la vida nos mantiene atados, es muy bueno tu texto

Noe dijo...

un poco triste, pero me gustó y me sentí identificada. Es incrébile como nos puede herir la memoria.

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