jueves, 24 de mayo de 2012

Todo se desplaza y así también la calma. Las agujas del reloj dan las tres de la mañana y me desvelan, todas las noches desde hace ya trescientos noventa y siete días.
 Una receta de letra ilegible para una medicación que no puede leer el dolor ni la intranquilidad, mucho menos curarla. Cuánto más se puede desear volver al estado natural, a los espirales de colores en el cielo raso, a los diamantes en el asfalto, al brillo intenso que irradian las esporas. Cuánto más esperar para volver a aspirar sabores y a escuchar aromas.
La mente no asimila el cambio de frecuencia, no reconoce el tiempo, se esconde adentro del tubo hermético por sus propios medios porque es lo único que recuerda, porque no comprende que tiene la llave de la puerta. Y así veo a este cuerpo desfalleciente, tendido en el parquet del tubo, contar con los dedos una y otra vez, trescientos noventa y siete, hasta disolverse.



jueves, 3 de mayo de 2012

Solté un alarido desesperante y desgarrador, quebré mis cuerdas vocales, ahogué mis pulmones. Me penetraste las pupilas con el brillo de esos ojos. Una palpitación. La respuesta, tu mueca de desdén, tu carcajada como un témpano, desalmada. 
Venían hacia mi con sus tentáculos, a succionarme las palabras y el tiempo. Caí sobre el colchón y la cama derruida rechinó, se me secó la sangre adentro de las arterias, mis párpados se cerraron. 
Blanco, todo es blanco en la profundidad del lago y respiro sin dificultad, no hay terror ni uñas que se clavan en la palma de mis manos, no hay mordizcos, mis labios estan intactos y ya no son víctima de mis propios dientes inyectados en ellos. Los múslos se relajan y entonces nado, nado hacia la nada blanquecina de mi ensoñación, hacia mi perfecto apocalipsis.
Y la muerte comienza de nuevo.
Grito, hago señas. Una réplica viva de mi ante mi vista tiene una alegre charla con vos en el lavadero y siempre va a ser así, porque todos los días te observo inventarme para creer en la solidez de tu mundo. Exhalamos el humo del cigarrillo que compartíamos, al mismo tiempo, sonreimos. Lo apagás en mi piel. Se apagan las luces. Cerrás la puerta.
El silencio, el zumbido en mis oídos. Mis costillas se disuelven. La niebla, el reloj. 
Y vos, golpeando la madera de la puerta,eterna. Giro el picaporte, la cerradura se falsea.
Madre.