jueves, 3 de mayo de 2012

Solté un alarido desesperante y desgarrador, quebré mis cuerdas vocales, ahogué mis pulmones. Me penetraste las pupilas con el brillo de esos ojos. Una palpitación. La respuesta, tu mueca de desdén, tu carcajada como un témpano, desalmada. 
Venían hacia mi con sus tentáculos, a succionarme las palabras y el tiempo. Caí sobre el colchón y la cama derruida rechinó, se me secó la sangre adentro de las arterias, mis párpados se cerraron. 
Blanco, todo es blanco en la profundidad del lago y respiro sin dificultad, no hay terror ni uñas que se clavan en la palma de mis manos, no hay mordizcos, mis labios estan intactos y ya no son víctima de mis propios dientes inyectados en ellos. Los múslos se relajan y entonces nado, nado hacia la nada blanquecina de mi ensoñación, hacia mi perfecto apocalipsis.
Y la muerte comienza de nuevo.
Grito, hago señas. Una réplica viva de mi ante mi vista tiene una alegre charla con vos en el lavadero y siempre va a ser así, porque todos los días te observo inventarme para creer en la solidez de tu mundo. Exhalamos el humo del cigarrillo que compartíamos, al mismo tiempo, sonreimos. Lo apagás en mi piel. Se apagan las luces. Cerrás la puerta.
El silencio, el zumbido en mis oídos. Mis costillas se disuelven. La niebla, el reloj. 
Y vos, golpeando la madera de la puerta,eterna. Giro el picaporte, la cerradura se falsea.
Madre. 



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Jo, qué preciosidad de entrada, mil enhorabuenas.
Un beso grande.

Alejandra Duffy dijo...

Está hermosa

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